martes, 10 de enero de 2012

Arrogancia.

El otro día me andaba en el tren y echando un vistazo a mi izquierda cruzamos miradas un chiquillo y un servidor, pero este no era cualquier chámaco. No, este te sostenía la mirada retadoramente como el que más, y, por unos minutos; me reconocí en el, porque yo también era un arrogante de primera, y te sostenía esa mirada peculiar llena de odio hacia el prójimo pero sin dedicatorias: Carta abierta para el mundo externo indicando harto desprecio y actitud patentemente antisocial.

Pero al mismo tiempo no me reconocí a mi, porque pensé que esa arrogancia debía de ser diferente, porque mi arrogancia venía forjada a base de maltrato y decepción a largo plazo, y la del mocoso tendría que ser esa otra clase de arrogancia, esa que es innata, viene de origen y que definitivamente te nace del alma, porque el niñato este no sumaba los siete u ocho años, y a esa edad necesitas haber nacido en algún lugar verdaderamente olvidado de dios para haber recibido mierda suficiente para echar esa mirada y pensar que viviste suficiente mundo como para estar harto de él.

El problema es que la pulga esta apenas si había cruzado el preescolar y el primer año de primaria, y a pesar de que este es el tercer mundo pues este mundo aún alcanza a llevar un numeral, y por eso me puse a pensar que; considerando la situación, a lo mejor si venía de un mundo peor que el mío, y me puse a pensar que igual y ese mundo en el que vive es la obra de otros idiotas como yo a los que ese mundo que vivimos, esa herida que no nos mata pero que tampoco se nos cura, se les hizo una justificación suficiente para echarle más mierda a la fórmula y administrársela a ese mocoso que estan criando de la misma forma en que una bola de pendejos nos administraron esa mierda que primero desquitamos entre nosotros y ahora desquitamos en nuestros hijos y que podemos estar seguros de que ellos desquitarán entre ellos mismos y en nuestros nietos. Y que a lo mejor esa arrogancia si era diferente a la mía. Porque el sí tiene derecho de sentirla.

Porque la cosa es que él no tiene la culpa de lo que nos ha pasado.


- Starker Adler Köning, 11 de febrero de 2012

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